Sentimientos en Baja Visión

domingo, 16 de junio de 2013

Sólo cambiando una falda


Nota de la moderadora: La fotografía no se corresponde con la protagonista de la experiencia, es ejemplificativa
Queridas amigas:
Quiero contaros lo que me ha pasado hoy, porque ha sido una cosa muy emotiva y que me ha llegado al corazón.
Resulta que mi madre hace años que padece baja visión por una trombosis que tuvo y por una miopía muy alta.
 Hoy mi hija tenía su exhibición de baile en el club deportivo en donde ha estado entrenando todo el año, e iba a actuar en una coreografía muy bonita junto a todas sus compañeras. Uno de los mayores anhelos de su abuela era poder disfrutar de las evoluciones de la niña en el escenario, pero puesto que las chicas iban todas vestidas igual, se lamentaba mi madre que no podría distinguirla.
Bien, pues cuando mi hija le dijo a su profesora que su abuela lamentaría no reconocerla por ir todas con la misma ropa, la entrenadora, sin pensarlo dos veces, sacó una falda verde fosforito de una taquilla del vestuario y le dijo a la niña que se la pusiera. Mi hija me comunicó inmediatamente que avisara a mi madre que estuviera pendiente de la bailarina de la falda verde.
Cuando salieron todas las chicas al escenario, la falda fosforita de mi hija saltaba y brincaba resaltando todos los movimientos que había aprendido tan bien. Mi madre, pudo, gracias a eso, distinguir cómo bailaba su querida nieta.
Yo, por el contrario, apenas pude distinguirla. Pero lo mío fue porque se me llenaron los ojos de lágrimas de verdadera gratitud y emoción.
Fue uno de los detalles más bonitos que han tenido nunca con nosotros, gracias a unas personas que se han preocupado de que no se deje de lado a alguien que necesita una ayuda para disfrutar de lo mismo que los que no tenemos esa dificultad damos por hecho, y todo con un gesto muy simple, solo cambiando una falda.

Belén, 15-junio-2013

lunes, 8 de abril de 2013

Las consecuencias psicológicas de no haber comprendido


Os entiendo enormemente que les deis tanta importancia a los sentimientos, porque yo he vivido con una congoja especial por no haberlos entendido a tiempo. Mi abuelo perdió la vista por un ataque de tensión. Estaba también jubilado pero había sido siempre profesor de literatura. Después de aquello, el hombre aún veía algo, pero muy poco y, al leer se cansaba mucho. Su carácter cambió, se hizo triste y meditabundo, dejó de hacer cosas que antes hacía. La lectura siempre había sido muy importante en su vida y contaba con una extensa biblioteca en su casa. Solía pedirnos a mi hermano y a mí que le leyéramos párrafos de aquellos libros. En esa época nosotros éramos adolescentes y los volúmenes antiguos de mi abuelo nos parecían auténticos muermos. Sin embargo, no os podéis imaginar con qué delectación escuchaba el anciano los párrafos monótonos que le leíamos desganados. Algunos años más tarde, mi abuelo falleció. Y nada ni nadie me quitan de la cabeza que se nos fue de pena. Tal vez si yo hubiese podido entender los sentimientos de mi abuelo, me hubiera comportado de distinta manera y hubiera cooperado a que su vida con poca visión no se le hiciera tan triste. Lamentablemente no podemos dar marcha atrás al reloj, pero sí que os animo a desarrollar este aspecto de los problemas visuales para que todos los que lo tengan ahora puedan contar con la comprensión y las motivaciones que necesiten para una vida plena.
Paloma, 8 de abril de 2013


viernes, 5 de abril de 2013

La importancia de lo visual en mi vida


Soy aparejador. A pesar de que me jubilé hace dos años, comprenderéis la importancia que en mi vida han tenido siempre las perspectivas, los volúmenes, las texturas y los espacios estructurados. Es un mundo fundamentalmente visual, y que condiciona la percepción del propio yo como un ser que se ubicua en un universo de diseño espacial, referenciando el autoconcepto de uno mismo a la posición que ocupa en la imagen que el cerebro recibe del exterior a través de los ojos. Por eso, la primera vez que me di cuenta de que tenía dificultades de visión fue contemplando uno de los edificios que había diseñado. De pronto, la esquina que siempre había considerado como una proa imponente, abriendo los flancos de la construcción sobre la acera cual un barco rompiendo las aguas, se convirtió en una línea informe de arrugas y desniveles. Al principio, la sorpresa atenazó mi garganta, pero confié en que fuera una afección pasajera, tratable con algún medicamento hasta que la función visual se recuperara del todo. Por supuesto, acudí a un buen profesional para que diagnosticara el problema. Reconozco que entré en la consulta esperanzado, y tal vez por eso el choque contra una realidad cruel se me hizo tan brutal. El veredicto fue aplastante. La enfermedad había evolucionado rápidamente y aunque se intentaron algunos tratamientos extraordinarios consistentes en inyectar fármacos en el interior de los ojos, la condena resultó implacable. Me queda un resto visual muy pequeño. No estaba ciego, pero no podía leer, no podía fijar mi atención en los detalles, se me emborronaban las dulces caritas de mis nietos, no podía captar sus sonrisas ni percibir mi reflejo en sus pupilas brillantes. Todo mi mundo de edificios y construcciones, toda mi vida de diseño y arquitectura espacial se había convertido en una masa informe, extravagante y deslustrada que me provocaba más agobio que encerrarse en una caja mortuoria. Afortunadamente, mi naturaleza luchadora no permitió que todo mi ser se desmoronara como consecuencia de semejante pérdida. El centro oftalmológico al que voy cuenta con un equipo de enfermeras y ópticos especializadas en problemas de baja visión, y cuya compresión y asesoramiento me ha conducido a replantear mi existencia desde nuevos puntos de vista. Ahora mi perspectiva no consta de volúmenes tridimensionales y espacios estructurales, no está cerrado en un mundo cúbico, sino que flota en un inmenso orbe multidimensional e infinito, en el que tiene mucha mayor importancia un beso, el olor de una flor, la caricia de una brisa fresca, el sonido del mar y las vocecitas alegres de mis nietos que juegan a mi alrededor. He tenido que aprender a vestirme combinando mi ropa, a comer identificando los bocados, a reconocer a mis amigos por sus gestos y ademanes, y reaprender multitud de habilidades nuevas que creía tener asimiladas desde mi más tierna infancia. Todo ello, lejos de suponer un cúmulo de obstáculos en un camino pedregoso, se han convertido en una lista de retos que conforme voy superando, hacen que me sienta más y más grande, más digno de vivir en un mundo de personas plenas de significado humano, y consciente de no tener todo hecho y todo sabido, sabedor de que la vida entera aún tiene secretos que me deja descifrar poco a poco incrementando mi conocimiento y, de paso, acercándome a los demás, entretejiendo con ellos vínculos de interdependencia que todos los seres que habitamos esta tierra tenemos que desarrollar.